(de un filme de THEO ANGELOPOULOS)
Las letras apenas se distinguen,
tan solo el blanco del papel;
la mano conoce la distancia, escribe;
en su fraseo, la claridad, no se inhibe.
Se recorre un camino claro,
donde la niebla es espesa,
pero el sendero es recto, definido;
aunque la vista nublada sea.
Caminando ciegamente los espacios,
sabiendo cual fue el inicio,
presintiendo cual será el final;
el fin de un caminante nunca es claro;
solo le queda caminar.
Únicamente existen siluetas, borrosas;
el horizonte nunca ha sido definido,
aunque el andar nos dice, ciegos,
que el paisaje es inmenso
y el horizonte es eterno.
Hay sentimientos que no se ven,
hay cielos cálidos que no se sienten,
hay pieles que no se tocan;
pero son sangre, son fuego
y nos vuelven roca.
Un árbol y un río simulan fronteras;
son fantasmas inmateriales,
únicas visiones claras del camino,
árboles cada vez más viejos,
ríos cada vez más lentos, secos;
y al final, la muerte espera.
Puede haber música hermosa,
puede apreciarse el olor de mil mujeres,
el olor del café, o el olor a tierra;
la voz de mis padres,
cien mil libros y una gaviota;
hay que seguirlos, ciegos;
ellos saben la ruta.
El futuro del que siente,
expresa, camina y piensa,
nunca es claro, visible;
es un paisaje en la niebla.
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