Es el viento frío,
unas cuantas gotas
deslizando en el cristal,
y el olor húmedo.
El poniente se cubrió
de nubes lluviosas,
sonoros truenos,
abruptos rayos;
causando estruendo,
conjugados, tormenta.
El agua en el pavimento,
sucios charcos,
pequeños canales,
arrastrando, secuestrando
al polvo hecho lodo;
lodo negro,
fluido lodo y basura,
paseando
por toda la avenida.
El cielo permanece incierto,
oscuro, morado/negro,
no exhibe estrella alguna,
tampoco nubes,
menos aún la luna,
solo un vidrio empañado.
De los árboles,
con sus ramas y hojas,
oscuras, verde/negro,
vencidas, debilitadas,
que ven al suelo,
que solo ven concreto;
aun caen gotas,
una a una,
deslizando,
en cada hoja,
caen al concreto,
sonido acuático,
olor a ciudad.
Aún la calle está desierta,
no hay nadie,
o eso simula.
Es un pandemónium:
ratas, perros, cucarachas,
por todos lados;
solo se aprecian
sus oscuros lomos,
sus húmedas conchas,
pasando en silenciosa,
rápida marcha,
debajo del faro.
Aquí las noches no son oscuras,
del todo;
millones de focos,
por toda la ciudad,
luz artificial,
una tras otra,
cubren el horizonte;
más allá
también hay luces,
y más allá,
y más allá.
Aparentemente,
silencio;
pero en una ciudad,
esa es solo idea;
zumbidos de cables,
insectos chocando
aleteando en los faros,
un grito aquí,
un sonoro motor allá.
Hoy llovió en la ciudad.
Loco, apasionado de su país, de su gente, inquieto enamorado e inspirado de una estrella, plasmas con el arte de que materia está construida tu carne, tu corazón.
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